8.9.12

COMPRO, LUEGO EXISTO

por Dalila Rodríguez Saavedra via 80grados

Cuántas horas a la semana permitirías que un ente diagnosticado como psicópata conversara con tu hijo o hija? ¿Estarías de acuerdo con que esa persona le impusiera sutilmente preconcepciones sobre emociones, salud o placer a un niño? ¿Quién es ese que habla con los más vulnerables? Su nombre completo es publicidad corporativa, y aunque para algunos el término compuesto sea un pleonasmo, me centraré en la partecorporativa del asunto.




Las corporaciones multinacionales cada vez avasallan más a los infantes con  promociones sofisticadas que fomentan el consumo de mercancías de todo tipo.
Con mucho talento y recursos van atornillando en las mentes inmaduras ideas de consumo irracional, embaucándolas con artificios cuasi perfectos y plagados de colorines y canciones. Los más comunes son los comerciales de juguetes, artistas del momento, películas y videojuegos que no dan tregua e invaden con gráficas —cada vez más sofisticadas—, titilantes de luz y movimiento, el campo visual de los espacios públicos y privados.
A finales del siglo 19 y principios del 20, en los Estados Unidos se fraguó la idea de que las corporaciones debían ser personas jurídicas. Los insatisfechos abogados corporativos se basaron en la teoría de la persona artifical o ficticia y desde sus despachos, se fue ampliando con aires modernos la definición de ciudadanía nacional.1 Hecho que tuvo como resultado que los estados proveyeran una protección igualitaria ante la ley a todas las personas, no sólo a los ciudadanos. Obviando las críticas de los detractores y los menos influyentes, la alabada enmienda 14 de la Constitución de los Estados Unidos —valga el ejemplo— sirvió como parapeto para las corporaciones y, al tiempo que se incluían a los negros esclavos y sus descendientes a disfrutar de derechos constitucionales, las corporaciones empuñaron sus cubiertos para el banquete que les esperaba: ser considerados personas.
El anterior inciso histórico tiene el propósito de trazar un ligero esquema de cómo evolucionó la realidad de la persona (como la entendemos en su acepción física corriente) a persona natural jurídica, generando los mismos derechos y obligaciones en ambos casos, sin menoscabar que la segunda “persona” responde casi exclusivamente a intereses mercantiles. Que carecen de conciencia moral, que fueron diseñadas para enriquecer a los que regenten la corporación.
Conducta pertinaz
Más recientemente, el cuerpo investigativo del documental The Corporation(Achbar & Abbott, 2003), basándose en el libro de Joel Bakan, The Corporation: The Pathological Pursuit of Profit and Power, dio muestras de que el perfil psicológico de estas llamadas personas, por sus acciones y proceder en numerosas situaciones a lo largo del siglo pasado, es idéntico al de seres con trastornos mentales severos: un perfecto psicópata, de acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales IV.  
Si bien hay que reconocer que las corporaciones, con toda y su sospechosa figura, manifiestan su voluntad de manera implacable y que los controles públicos, de otra parte, son casi nulos pues las corporaciones tienen representantes cabilderos legislando la peseta extra y que el derecho tiene enormes carencias en pro del bienestar social, entre otras críticas, el modus operandi de estos sistemas es centenario, también consecutivo.  En cambio, lo que no es tan sabido (o pasa desapercibido) es que el psicópata tiene cada día más cualidades omnipresentes en torno a los niños y que los persuade hacia nociones y comportamientos dañinos en sus etapas formativas.
Se invierten billones para molestar
Los últimos 25 años las corporaciones han empleado todas sus artimañas para seducir a los niños y niñas. Desde la óptica infantil es casi imposible reconocer que la publicidad a menudo posee elementos engañosos. Es dirigida especialmente a quienes no pueden distinguir, porque sus actitudes frente al mundo se están formando. Detrás del estribillo pegajoso, de la imagen llamativa, hay una estrategia, reclamo o inducción. Los gurús del mercadeo y la publicidad son contratados para embaucar a quienes la construcción de su propio criterio les es ajena y por lo tanto, consienten como válidos los contenidos, perniciosos o no.
Casi todos los niños a los que la publicidad corporativa se dirige aún no han desarrollado la habilidad de resistirse al poder de persuasión de los anuncios. De hecho, varios estudios indican que los niños pequeños no distinguen entre la programación y la publicidad. Gran parte de la niñez se fundamenta en lo que en psicología se conoce como el periodo preoperacional. Una etapa en la que la irreversibilidad (incapacidad de visualizar la inversión de una acción), el egocentrismo (incapacidad de compartir otros puntos de vista) y la centración (tendencia a fijarse en un solo punto de lo que se le presenta) pueden interferir con la plena formación de carácter (Weiten, 2008). O dicho de otro modo, son fácilmente manipulables y no saben discernir hasta cerca de los 14 ó 15 años, cuando entran en la etapa de las operaciones concretas y operaciones formales (entienden conceptos abstractos, la reversibilidad les permite deshacer acciones mentales, se disminuye el egocentrismo).
Las corporaciones en Estados Unidos invierten 12 billones de dólares en contratos que disponen de las mentes más brillantes para tratar de convencer a los niños de que mediante el consumo se pueden realizar grandes hazañas y es posible acceder a mundos ensoñadores, usando como enlace el producto o experiencia que promueven. Eso por un lado, pero de manera solapada crean además circunstancias y técnicas emotivas que son simplonas, e incluso pueden ser descritas como “jocosas”, por algunos, en las cuales el infante y/o preadolescente irá perfeccionando su modo de abrumar a sus padres con majaderías o pedidos (nagging es el término común en inglés) de objetos de cualquier índole.
Las marcas grandes que suelen gustar a los niños no son otra cosa que afiliadas de las corporaciones inmensas (Disney Chanel, Nickelodeon, Cartoon Network, Nestlé, Puma y un extenso etcétera) que a su vez llevan conversando con los padres —puesto que el diálogo quedó establecido en la juventud de éstos— y entran con facilidad a la sala del hogar, confunden con falsas expectativas, dispersan los focos de atención, bajan la autoestima y generan un tropel de trastornos físicos y espirituales allí donde se les haga demasiado caso. Con todo eso, los más férreos críticos sostienen que aunque no se le brinde demasiada atención, la publicidad corporativa queda clavada en el inconsciente. Por algo se invierten millones para afinar las modalidades.
Así pues, el drama social, que algunos llaman globalización, neoliberalismo, crisis de los bancos, entre otros conceptos, abarca a casi todas las sociedades, no importa cuán endeudadas estén per capita y right over the fence en las sociedades, incluso aunque haya subdesarrollo, la gente lo que desea es consumir. Consumir cualquier cosa que se pueda, pero preferiblemente las bautizadas por las marcas grandes. La manipulación corporativa te embrolla y te hace creer que vives mejor al tiempo que despilfarras tus recursos.
De acuerdo con Jane Hobson, directora de Coley Porter Bell, una empresa consultora especializada en imagen de marca, el norteamericano promedio al llegar a los 18 años ha visto alrededor de 22,000 horas de televisión durante las cuales ha estado expuesto a 350,000 comerciales, según reseña la red Adlatina, asociada de la revista de tirada internacional Advertising Age.
Asimismo, el libro Born to Buy (2004), de Juliet B. Schor, sostiene que cuanto más involucrado está el infante en la cultura de consumo, más probable es que sufra depresión, ansiedad u otros problemas emocionales o psicológicos. Por su parte, Susan Linn, co-fundadora y directora de la coalición “Campaña por una niñez libre de comercialización” (Campaign for a Commercial-Free Childhood) reporta que el 73% de los padres estadounidenses acepta cuán difícil se le hace proteger a su hijo de la cultura popular y cultura corporativa. ¡Y cómo no!, si sabemos la fuerza que ostenta el mollero corporativo frente a una familia promedio expuesta a radio, televisión, impresos, billboards, flyers, etc.
¿Paliativos domésticos?
En varios países europeos la publicidad infantil está limitada o prohibida. Concretamente, la legislación sueca fue enfática en contra de pasar comerciales de televisión dirigidos a niños, argumentando que éstos no entienden que se esconde una intención de venta.
Otro de los planteamientos valiosos que con frecuencia se utiliza para erradicar la penetrante difusión corporativa destinada a los niños (y a sus padres también) repudia la promoción de alimentos chatarra producidos —en su mayoría— por las compañías multinacionales de envergadura. Bajo estrategias idénticas se invierten cantidades escabrosas de dinero para persuadir la compra de productos con poco o cero valor nutritivo que además contribuyen a generar diabetes, obesidad, alta presión, déficit de atención, del habla, entre otras condiciones.
Nuestra legislación ha sido muy tibia al tratar estos temas. El senador por acumulación Cirilo Tirado, del Partido Popular Democrático, en 2010, sometió un proyecto de ley con el propósito de prohibir la venta de alimentos y bebidas de mínimo valor nutricional durante todo el día en los planteles de enseñanza pública. De igual forma intentaba reglamentar la publicidad y promoción de “alimentos” basura en lugares donde puedan estar expuestos niños y jóvenes menores de 18 años. Pero aunque el Senado aprobó la primera medida, ambas piezas legislativas se colgaron en la Cámara de Representantes. Recordemos que la misma presidenta de la Cámara propuso que los beneficiarios del Programa de Asistencia Nutricional tuvieran entre sus opciones la compra de alimentos preparados en locales de comida rápida, cafeterías y otros establecimientos que se alejan olímpicamente de los estándares de la buena nutrición.
Si las empresas o los gobiernos no tienen entre sus compromisos éticos limitar o prohibir que el ente psicópata insaciable envenene las cabezas y los cuerpos de los más vulnerables, mi intención es proponer que receles de estas prácticas perversas y estés prevenido(a). Tal vez antes de llevar los niños al mall —a pasear, por ejemplo—, considera llevarlos a lugares desvinculados de la publicidad y el consumo nocivo. Que placer y dispersión no estén asociados con ambientes e ideologías consumistas. Es posible que el niño o joven se confunda si observa que sus mayores son receptivos a los “méritos” corporativos. Protege las estructuras mentales de los críos para que no se atrofien, mucho menos antes de tiempo, cuando experimentan transformaciones internas trascendentales.