15.12.11

Cerrar la historia (A ditadura e a tortura na Argentina)

via periodismohumano

“La memoria es un relato flexible y abierto, porque nunca se conoce toda la verdad por más que aparezcan nuevos datos”

Laura se lo está diciendo a un grupo de unas cuarenta personas a las puertas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centro clandestino de detención, tortura y exterminio de Buenos Aires y de toda Argentina.

17 hectáreas, 35 edificios, 5.000 personas desaparecidas entre 1976 y 1983.17 hectáreas, 35 edificios



“La memoria es un campo de batalla” dice Felipe, recuperando la frase de alguien a quien no logra recordar. Quizá podría hacerla suya si añadiera que hay unas batallas que son más difíciles de ganar que otras. Y él lo sabe. Felipe acompaña a las visitas en Londres 38, el principal centro clandestino de detención, tortura y exterminio (CCDTyE en adelante) que se conserva hoy en pleno Santiago de Chile, donde funcionó bajo la dictadura de Augusto Pinochet.
La batalla, podría haber dicho también, no respeta fronteras. Al otro lado de los Andes, dos gobiernos pelean por salvar recuerdos y reparar daños. El de Dilma Roussef, en Brasil, a duras penas ha logrado alumbrar una Comisión de la Verdad para investigar los crímenes de la dictadura 26 años después de la llegada de la democracia. No habrá condenas porque una ley mantiene la amnistía a los represores. En Uruguay, su presidente, José Mújica, también lo ha tenido difícil. In extremis logró impedir la prescripción de las violaciones de los derechos humanos durante el régimen. Poco antes, el Congreso había negado la posibilidad de una revisión judicial de los crímenes y los ciudadanos, por segunda vez en un referéndum, rechazaron cualquier investigación.
Madres de la Plaza de Mayo manifestándose frente al Ministerioo de Asuntos Exteriores el 21 de Noviembre de 1977, en Buenos Aires (AP Photo)
La batalla, que duda cabe, se ha disipado a menudo entre promesas de reconciliación. A costa de la unidad nacional y de anular cualquier amenaza sobre las incipientes democracias, los primeros gobiernos electos indultaron a los represores. Hoy, décadas después, varios países latinoamericanos luchan por volver sobre su pasado para hacer justicia, para cerrar la Historia.
Han encontrado un referente cerca. Argentina da muestras de que la batalla no está perdida. Pero tampoco está definitivamente ganada. A Laura le gusta decir que la memoria “es un relato flexible y abierto, porque nunca se conoce toda la verdad por más que aparezcan nuevos datos”. Le escucha un numeroso grupo de unas cuarenta personas  a las puertas de la ESMA(Escuela de Mecánica de la Armada), el mayor CCDTyE de Buenos Aires y, en realidad, de toda Argentina. 17 hectáreas, 35 edificios, 5.000 personas desaparecidas entre 1976 y 1983.
Laura trabaja en el Instituto Espacio para la Memoria, encargado de la protección del complejo de edificios desde 2004, cuando fue suspendido el decreto de su demolición aprobado durante el gobierno de Carlos Menem. Y sin embargo, hasta 2007 no fue abandonado por la Marina, que había instalado allí una escuela de navegación que seguiría funcionando mientras uno de sus edificios era ocupado por los militares y los centenares de desaparecidos. En su lugar, el presidente Menem había planeado la construcción de un parque dedicado a la unidad nacional. Porque en Argentina, como en los otros países de la región, los gobiernos y las leyes decidieron imponer el olvido.
“La memoria”, dirá luego Laura, “es un ejercicio de construcción colectiva”. El relato se ha de componer entre todos, porque puede que no sean muchos los testimonios pero sí lo son los testigos. “Los testimonios son pocos porque la supervivencia era una excepción, pero la gente tenía una ligera idea de lo que ocurría aquí. Es más, los militares mantenían un perverso juego entre ocultar y dejar ver. Sobre todo para propagar el miedo. Pero eso eligieron este lugar en el centro de Buenos Aires, a pocas cuadras del estadio del River”, explica.
Léonie Duquet y Alice Domon detenidas fotografiadas en la ESMA
Felipe encuentra otro motivo por el que el relato no puede quedar encerrado entre esos muros. Ha quedado escrito en una pared de Londres 38; “lo que sucedió en esta casa, sucedió también fuera de ella. El terrorismo de Estado operó sobre el conjunto del país”.
La ESMA y Londres 38 son símbolos de esa voluntad de construir la memoria de manera solidaria. Solo las palabras de sus visitantes y de los pocos supervivientes pueden llenar hoy la desnudez en el interior de los edificios, donde no quedan ya más que las paredes y el suelo luego de que los militares desmantelaran las instalaciones. Porque a veces a los gobiernos se le adelantaron los represores.
Ni siquiera  los edificios conservan ya el mismo aspecto que cuando funcionaban como centros de tortura, pero esta no es sino una operación más dentro del cálculo de la dictadura. “Llegaron denuncias sobre torturas a diferentes organismos internacionales, así que la junta militar hizo obras para desacreditar los testimonios”, cuenta Laura. “Los testimonios hablaban de una escalera principal que comunicaba todos los pisos y también de un ascensor. Desaparecieron. Las descripciones no encajaron con la realidad y acabaron apartadas”.
“Suponemos que aquí echaron abajo una pared”, dice Felipe mientras señala dos boquetes en el muro de una sala. “Muchos testimonios hablaban de una habitación estrecha donde se producían las torturas, pero al eliminar ese tabique no existe ya un espacio con esas condiciones en esta casa”. Se lamenta especialmente porque quienes realizaron las remodelaciones no fueron los militares sino una institución estrechamente vinculada con el Ejército que se mantuvo allí hasta 2008. “También le cambiaron el número a la casa. Nosotros le devolvimos el 38, pero ellos le habían puesto el 40. Y sospechamos que pudieron hacer otras reformas para encubrir a los militares”.
Víctor Basterra recorre el lugar donde estuvo detenido durante cuatro años y medio. (AP)
A veces ni siquiera respetaron la estructura. “Se cuidaron bien de que nada de aquel horror quedara visible”, denuncia Gastón, que trabaja como arqueólogo en otro CCDTyE de Buenos Aires, el Club Atlético, que hacía las veces de almacén policial. El edificio fue demolido durante la dictadura militar y no fue hasta 2002 que se iniciaron las excavaciones, pero Gastón advierte de que los avances están siendo lentos. Existe un importante obstáculo: la autopista 25 de mayo, construida durante el gobierno castrense, atraviesa gran parte del terreno.
La imposición del olvido es también un capítulo de la Historia así que nadie ha pretendido llenar el vacío ni restaurar las estructuras. “La materialidad aquí son las palabras”, aclara Laura a los visitantes. “Queremos conseguir espacios versátiles, centros para la interpretación y la reflexión. Estos lugares nos permiten empezar a contar la historia del país”, defiende Gastón. Y añade que es eso lo que distingue un Espacio para la Memoria de un museo.
Y si en la ESMA está prohibido hacer fotos no es, como ocurre en muchos museos, porque pueda deteriorarse la obra. Es que la ESMA es la prueba material de un juicio contra los represores que acaba de ser resuelto. Es lo que diferencia a Argentina de sus países vecinos. Aunque tarde, muchos de los responsables están siendo juzgados y condenados.
“Para nosotros ya fue difícil lograr la concesión del inmueble y abrir un Espacio para la memoria”, replica Felipe. “Quienes fueron sus propietarios hasta hace poco no han ido muy lejos. Se han instalado a solo unas cuadras. Así funcionan las cosas aquí”. Y es entonces cuando recita aquello de que “la memoria es un campo de batalla” y trata de recordar.
Activistas de derechos humanos, entre ellos la miembro de las Madres de Plaza de Mayo Tati Almeida, tercera desde la izquierda, celebran tras un juicio contra ex militares y policías en Buenos Aires, Argentina, el miércoles 26 de octubre de 2011. Un tribunal condenó el miércoles a cadena perpetua a 12 ex militares y policías por crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales y más cruentos centros de detención que funcionó durante la última dictadura militar argentina (1976-1983). (AP foto/Victor R. Caivano)

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