No sólo te mutilaron la cara, sino que partieron en mil trozos tu corazón y tu dignidad. Te habían robado el derecho a vivir en paz. Te habían sustraído para siempre la sonrisa.
Querida Mindy:
Supe de ti una noche en la que, abstraída en mi rutina diaria y dejando pasar plácidamente una noche de sábado, preparaba la cena de mis hijos mientras escuchaba, como quién escucha el ruido lejano del tráfico, el sonido de la televisión instalada en un coqueto rincón de la encimera de mi cocina.
Envuelta en un baile de sartenes, platos y vasos, no sé en qué momento tu voz me llamó y me hizo dejar todo para mirarte a los ojos… Unos ojos hermosos y transparentes que me pedían ayuda, calor, cariño y comprensión, a través de una inerte y pequeña pantalla…. Y entonces, me sobrecogiste el corazón, cortándome la respiración…. Entonces, el mundo se paró.
Fui capaz de verte, sentada ante mí, con esa serenidad y grandeza que sólo brota de los corazones más nobles, llena de tristeza y de dolor. No sentí odio en tus palabras, a pesar de la tragedia que te salía del alma, y eso me traspasó la piel y la conciencia, haciendo que me brotasen unas lágrimas amargas y llenas de rabia… Y me empezaste a contar tu estremecedora historia, refugiando tu rostro en una mascarilla blanca, a través de la cual, a duras penas, se percibía tu dificultosa respiración.
Te marchaste con él, inocente y ajena a su maldad, a pasear por el río, cerca de Casillas, Santa Rosa. Y me explicabas lo que ocurrió ese día perdido en un fatídico julio de 2009. Sólo tenías 21 años.
Le dijiste que querías empezar una vida lejos de él. Sólo querías marcharte, ejercer tu voluntad, decidir por ti misma y tener una nueva oportunidad para comenzar en paz con tu hijo… pero él no lo entendía, no lo comprendía…. Él sólo sentía que eras suya y de nadie más. Y así te lo dijo. Por eso, te golpeó la cabeza con una piedra y, después cercenó tu identidad mutilando cruelmente tu cara… cortándote la frente, la nariz, los labios y el mentón.
Dices que te desmayaste y que recuperaste la consciencia poco después; dices que hubieses deseado que te arrancase los ojos para no poder ver, al despertar, tu ensangrentado rostro reflejado en la superficie del río; dices que pensabas que era un sueño pero que, por desgracia, no tardaste en darte cuenta de que era un cruel realidad…
Y yo te escuchaba, llena de lágrimas… Y me di cuenta de que jamás había visto unos ojos tan bellos, tan llenos de vida y, a la vez, tan llenos de tristeza…
Intentaste recuperarte en el hospital Roosevelt, pero tus heridas iban más allá de tu rostro… no sólo te mutilaron la cara, sino que partieron en mil trozos tu corazón y tu dignidad… te habían robado el derecho a vivir en paz. Te habían sustraído para siempre la sonrisa.
Capturaron a tu marido, y su defensor intentó convencerte de que desistieras de la denuncia, a lo que te negaste. No obstante, el juez penal de Santa Rosa dejó libre a tu esposo a la vista de que su abogado presentó un escrito con tu desistimiento… y resulta que otra vez, decidieron por ti, robándote tu voluntad, falsificando tu firma. Todo fueron amenazas para que no delatases a tu verdugo.
Y siguieron las torturas. Trasladada a México para tu recuperación, deprimida y sometida a varias intervenciones sin éxito, el hecho de vivir, comer, beber, respirar o dormir, te resultaba insoportable hasta el punto de intentar quitarte la vida. Sólo el cariño de tu hijo y el de tu mamá te mantuvieron con vida.
Hasta que llegó tu trágico final. En enero de 2011, tu madre adoptiva te encontró en los archivos fotográficos de la morgue, siendo enterrada como XX (sin identidad) en el cementerio de la Verbena. Tu cuerpo apareció el 18 de diciembre de 2010, en la zona 1, cerca del Cerrito del Carmen. Fuiste torturada y ahorcada. Por fin, tu verdugo alcanzó su objetivo. Sólo tenías 23 años.
Pero ese no fue tu único torturador. Naciste para morir, día a día, sin identidad. Y tu triste historia comenzó cuando, abandonada por tu madre por presiones de tu padrastro, viviste la violencia y la discriminación, al no permitir los hijos de tu madre adoptiva, entrar en la que debía de haber sido tu casa.
Así, marginada, maltratada y discriminada por una violencia machista, escribiste los renglones de tu corta y trágica vida: nacer mujer, para morir, día a día, en Guatemala.
Hoy, y siempre, pondré rosas blancas en mi jardín en memoria de todas las princesas que, como tú, han sido privadas, injusta y cruelmente, de su bien más preciado: su dignidad, su libertad, su sonrisa. En definitiva, su vida. Ahora vuestra luz brilla junto a las estrellas. Ojalá, en un día no lejano, la barbarie entre las personas desaparezca. Un beso desde el corazón.
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