Por Soledad Cruz Guerra
Otros podrán guardar silencio ante las declaraciones del Papa Benedicto, pero yo no puedo.
Cuando menos me parece una declaración poco feliz afirmar el fracaso de las ideas del marxismo, cuando la situación que atraviesa el planeta es expresión rotunda del fracaso de las nobles ideas de Jesús, aquel nacido en un pesebre a quien la Iglesia que se supone consagra niega con su boato, con sus lujos y con su complicidad con los ricos a los que él, Jesús, negó la entrada al reino de los cielos, porque sabía que tantas riquezas para unos era pobreza segura para otros.
Por delicadeza diplomática elemental Benedicto no debería haber pronunciado un juicio tan absoluto pero por elemental sentido común debería abstenerse de tales prédicas, porque si bien es cierto que el intento de hacer práctica las ideas de marxismo ha sido errático en un siglo, en los casi 2000 años transcurridos desde la aparición de la Iglesia Católica como institución, la lista de errores es tan larga como para no atreverse a hablar a la ligera de errores ajenos: desde las hogueras inquisoriales a los pactos con el poder financiero, la mafia, el fascismo y más recientemente los escándalos pedofílicos.
Pero por esos hechos lamentables, yo no voy a negar la justeza de las ideas del Cristo, en las que como tantos otros terrícolas me formé y sirvieron de base para abrazar las ideas de la Revolución Cubana y de los padres fundadores del marxismo en nombre de los cuales se han hecho atrocidades como también en nombre de Cristo.
Segura estoy que Cristo hubiera sido marxista a pesar de tantos que sobre la base de esa filiación lo negaron, no aprovechando la riqueza ética de su doctrina, doctrina de equidad, justicia social, no exclusión, de compromiso con el principio de compartir que es la única manera de que la especie que puebla el planeta pudiera salvarse y salvar su casa común.
Realidad o leyenda Cristo encarna el espíritu revolucionario de la especie humana, la rebeldía ante un orden injusto establecido y el afán del bien común y común es el origen de la palabra comunista.
Los verdaderos marxistas están emparentados con esos mismos principios que resucitarán una y otra vez a pesar de que parezcan extinguidos mientras el capitalismo, de cuyo fracaso evidente el señor Benedicto no dice ni palabra, continúe convirtiendo al mundo en un verdadero infierno.
Las nobles ideas no fracasan, por eso a pesar de los errores de la Iglesia Católica miles de verdaderos seguidores de Cristo, desde la Iglesia y sus estructuras o fuera de ella ayudan y consuelan al prójimo.
Las nobles ideas no fracasan porque resumen las aspiraciones de mejoramientos de si mismos de los terrícolas. Las ideas fundacionales del marxismo se inscriben entre ellas.
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